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La desaparición de mi esposa - Relato de TERROR


Tenia días buscándola, días interminables sin poder dormir, en el fondo sabía que jamás la encontraría y si lo hacía sería muy tarde para ella, tal cual como muchas otras mujeres que han desaparecido recientemente, aún así, yo seguí insistiendo en buscarla, aún más cuando veía los rostros tristes de mis suegros, pero en los cuales también veía como me culpaban, a tal grado de pensar que yo la podría tener secuestrada, o peor aún, que yo le había quitado la vida cruelmente.

Naturalmente y en efecto, yo me sentía culpable, en mi silencio diario, yo sabía cuanto la amaba, yo seria incapaz de hacerle cualquier daño, la amaba más que a nada en este mundo.

Sin embargo, de alguna manera esto solo yo lo sabía, no soy una persona que exprese constante mis sentimientos, fue este un buen pretexto para ser arrestado por la policía, todo gracias a mis suegros.

Fui encerrado en una habitación donde no había ventanas, el aire se viciaba constantemente y respirar era difícil, muchas veces terminaba mareado, tirado en el suelo casi inconsciente, sabía que no me iban a dejar morir ahí, pero muchas veces parecía que asi sería, me dejaban allí horas, tirado, morado por la falta de aire.

Entre tantas casi inconciencias, me interrogaban, 5, 6, 7, 8 veces continuas, a veces mas de 15 en un solo día.

Yo confesé todo lo que sabia, di pistas para que pudieran encontrar a mi esposa lo mas rápido que se pudiera, pero después de cada interrogatorio, me devolvían a aquel espantoso cuarto.

Días después, la verdad no se cuantos, fui liberado, concluyeron que yo no era culpable de la desaparición de mi esposa, para entonces mi esposa tendría ya unos 15 días de desaparecida, yo dudaba que fueran a encontrarla con vida.

Ese día, por la tarde, cansado, harto, solo atiné a bañarme y luego ir a mi cama, me quedé dormido prácticamente al instante.

Algunas horas después, me desperté de un salto, asustado, el cuarto estaba inusualmente frio, desde un rincón de mi habitación, sentía como una mirada dura y pesada se posaba sobre mi, una sensación de terror estremecía todo mi cuerpo, cuando por fin pude discernir la forma de aquella cosa, una visión de horrorosa muerte estaba de pie frente a mi. 

Pálida, con una mueca de dolor que estremecía a los mas valientes, con las cuencas de los ojos medio vacías, el cabello húmedo, revuelto, enredado entre pedazos de lodo y piedras, con la mayor parte del torso ya comida por los gusanos, y las piernas apenas cubiertas por un roto pantalón azul, cubierta de sangre casi por completo. 

Me miraba fijamente, como si esperase que yo aliviara su dolor, de manera sepulcral, se acercó a la puerta con pasos lentos, desde donde con un giro, me miró, seria, fría y sin emoción, y luego dio un paso afuera del cuarto sin abrir la puerta.

Yo no estaba asimilando del todo aquella escena, estaba petrificado en mi cama, sentía un vacío en el estomago y mi cuerpo sudaba frio.

Cuando al fin pude moverme, salí corriendo del cuarto para ver si podía alcanzar a aquella fantasmal figura, pero resbalé en las escaleras, quedé inconsciente.

Me despertó mi suegra, llamándome por mi nombre y agitándome un poco, estaba con mi suegro, habían ido a verme, no se aún la razón.

No supe cuanto tiempo paso desde que quedé inconsciente hasta que me encontraron mis suegros, pero fue el suficiente para permitir que una revelación me fuera mostrada.

Cuando desperté, recordé aquel sueño, aquella revelación.

Corrí como un caballo desbocado, tomando dirección al patio trasero de mi casa, hasta llegar a un frondoso y verde árbol de almendras, tan viejo como la tierra misma, me deje caer de rodillas, sentí indudable el frio de aquel suelo suave, con mis manos y entre llanto, comencé a escarbar con tanta fiereza hasta que mis manos comenzaron a sangrar.

Un ahogo inexplicable invadía mi corazón, cuando mis manos eran ya solo piezas de carne viva, decidí ir por una pala para continuar cavando, imágenes repentinas iban y venían en mi cabeza.

Los padres de mi esposa me miraban atónitos y no dejaban de preguntar que sentido tenia mi actuar, pero yo, lleno de rabia, continuaba sin hablar.

En una de tantas paladas que di, sentí como mi pala choco con algo y el sonido de aquel golpe fue horroroso, por debajo de la tierra brotó como una raíz del árbol de almendras, un brazo. 

Continúe excavando con mas fuerza, pero al tiempo con mas cuidado, logré sacarla por completo.

Mi suegra gritó en un alarido de extremo dolor y al mismo tiempo me acusaba de aquella inmunda atrocidad.

Abracé el cuerpo carcomido de mi esposa, a pesar de aquel olor insoportable, inherente a la putrefacción de la carne, no podía dejarla allí, sollocé cuanto me dejaron.

No recuerdo mucho desde allí, más que cuando desperté en el hospital, tenía la cabeza vendada y mis manos esposadas a la cama.

La voz de mi suegro resonaba con eco en mis oídos, espetando que debió matarme con aquella pala, pero que prefirió un golpe más ligero para ver como era yo juzgado por mis atroces actos.

Comprendí en ese momento que estaba acorralado, ya nadie me creería que no fui yo quien terminó con la vida de mi esposa, pensé que era mejor rendirme, dejar de luchar.

En mis adentros pensaba como hacer entender de aquella visita de mi esposa y la revelación que me dejó la anterior inconciencia, nadie creería semejante historia.

Mi suegro se levantó de su silla y salió de la habitación, mi suegra lloraba con un doble pesar amargo.

Fue esa oportunidad que aproveché y le conté a mi suegra aquella revelación, donde veía a su hija, mi esposa, caminando apacible por la noche, cuando de pronto algo la perturbó, gritos de desesperación y golpeteos en un auto estacionado al lado de la acera por la que circulaba.

Al acercarse pudo notar que eran dos personas, un hombre y una mujer, la mujer ensangrentada debajo del cuerpo del hombre, ambos carentes de ropa interior y aquel hombre con un cuchillo amenazaba el cuello de la sollozante mujer.

En un arranque instintivo, tomó una gran roca que estaba en el suelo y la arrojó en contra de la ventana de aquel auto, la violencia en efecto se detuvo.

Asustado, el hombre se giro en dirección a mi esposa, la cara de ambos en ese momento era blanca, pálida, como si todos los colores se escaparan para nunca volver.

Mi esposa no esperó, echó a correr entre lagrimas e incredulidad.

En este punto de mi relato, el llanto de mi suegra era desesperante, parecía que jamás terminaría, lo noté cuando fui interrumpido por ella.

Afirmando que ella también había sido visitada por su hija y en un sueño había tenido la misma revelación, pero hasta ahora lo consideraba solo una pesadilla.

Cuando su esposo regresó, tenia un par de vasos de café en mano, mi suegra me miró con odio asesino y con una voz quebrada por el llanto, gritó por la policía, la cual de inmediato entró, para luego atender al segundo pedido de mi suegra, con el cual acusaba a su propio esposo de asesino.

Cuando mi esposa lo descubrió en aquel auto aquella noche, él sabia que su propia hija no dejaría pasar inadvertida la extrema escena, para evitar mas dramas, cuando la alcanzó, fue la misma piedra que ella lanzó primero la que usó su propio padre para terminar con su vida, para culparme, la sepultó en mi patio, luego solo era cuestión de esperar. 

Al saberse descubierto, en menos de un segundo mi suegro corrió hacia la ventana del hospital, y se arrojó sin pensar, fueron 9 pisos los que recorrió durante la caída. 

Su cuerpo fue recogido y examinado, resultando en coincidencia los genes de este, ahora amorfo señor, con los restos de genes encontrados, en cuerpos de otras señoritas en varias partes de la ciudad.

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